El argumento de la silla y la mesa es el despacho, el de las galletas, una merienda. El agua es el argumento de la sed. Aun así, a pesar del orden, una lavadora vieja y una rueda de una bicicleta habitan en un vertedero, y en los grandes almacenes las novedades literarias y la leche de oferta se colocan al lado de unos zapatos del cuarenta. Porque la condición esencial para llegar a ser argumento es que el desorden preceda a la trama.