Foto SP Con la lentitud con la que se camina por el agua alta para no salpicar a nadie, para no resbalar en un descuido, para que el tiempo pueda llevar otro ritmo, va de la ventana a la cama, de la casa al puente, de la puerta al río. No quiere marcharse aunque desea volver, también quedarse. Por eso está en ningún sitio, como en el purgatorio de una religión a la que no pertenece, como en el paseo por un zaguán desconocido como si fuera su casa, como un explorador en una isla perdida que conoce el camino, pero no vuelve. Porque el lugar al que pertenece es del que se ausenta, pero también a donde regresa.